Los caballos
Víctimas igualmente de esta asquerosa fiesta, los viejos caballos de los picadores tiemblan de miedo al ventear que van al encuentro del toro, y el pánico hace que se inmovilicen en el callejón, sin querer entrar al ruedo; para obligarles a salir les aplican descargas eléctricas en los genitales, o se los queman con un periódico ardiendo, habiendose dado casos de caballos a quienes sacaron los ojos; así lo cuenta el periodista y escritor Wenceslao Fernandez Florez, testigo presencial de la abominable monstruosidad: "Le arrancaron los ojos friamente, tranquilamente. Anonadada por el dolor, la bestia salió con manso paso a la arena ¿Es posible que no haya en la ley un castigo para estas espeluznantes revelaciones de maldad?" Ahora ya no les arrancan los ojos a los caballos, pero si les arrancan las cuerdas vocales para que los relinchos de dolor y pánico no molesten la sensibilidaddel respetable público. Un trapo venda el ojo derecho del rocín para ocultarle la espantosa visión de la embestida y un peto de lona le defiende en parte de las cornadas, perno noe vita que los seiscientos kilos del toro, lanzado a la carrera, no le rompan varias costillas en el impacto. Si el caballo cae, el toro le corneará el viente, desparramando los intestinos por la arena; hasta el año 1925, fecha en que se obliga a poner peto a los caballos, era lo habitual que en cada lidia varios caballos fuesen desventrados en medio del jolgorio general; hubo tardes donde perecieron 36 caballos en una sola corrida (Blanco y Negro, 15-5-1921). Todavía hay quien añora aquellas masacres de toros y caballos: "La suerte de varas con los petos y las protecciones que les ponen a los caballos ha perdido entidad. Yo no lo jhe conocido, pero por todos es sabido que antes era espectacular. Los quites de los toreros eran decisivos para evotar la muerte dramática de catorce o quince jacos por corrida". (Entrevista a L. Garcia Campos, pintor taurino. El Correo, 20-8-2000). Se ve que la sed de plasma de los aficionados no tiene limite.