La velocidad no mata, la DGT, sí (Segunda parte)

En España hemos descubierto, a base de sangrar la economía del ciudadano, que la política se lleva bien con el despilfarro. Ningún delincuente puede soñar con mayor panacea que robar y justificar el delito con el pretexto de la seguridad de la víctima. El político solo ha de ejercer el victimismo para convencer que por nuestro bien se ha de convertir en estafa legal el afán recaudatorio, así conservar de manera vitalicia el derecho de pernada cuando se antoje municipal, autonómica o estatalmente disimular las consecuencias de una gestión administrativa nefasta.

Cualquier criminal con cara dura niega la evidencia de un delito aunque sea evidente que lo perpetra. Cualquier delincuente con pocos escrúpulos procura deshacerse de molestos testigos o de quien puede demostrar la naturaleza del delito y la implicación de quien lo disimula. En esa negación y eliminación de testigos, la DGT es experta chantajista para convertir a la víctima en culpable.

La hipócrita condición avasalladora de la DGT, anteponiendo el interés recaudatorio a la propia Seguridad Vial, posee su máximo exponente en Juan Carlos Toribio, un verdadero experto en los factores múltiples de la conducción, un Guardia Civil, héroe condecorado, expedientado por denunciar las verdaderas causas de los accidentes solapadas por recaudadores sin vergüenza ni escrúpulos. El trato recibido por la cúpula de estos cínicos de la imposición, raya la aniquilación característica de las mafias que retiran de la circulación a los molestos defensores de la ley, la verdadera, que estorban los disimulados planes de la delicuescencia.

Juan Carlos Toribio ha sufrido la humillación, el acoso- despiadada es la marginación y la insoportable presión en todos los aspectos de su vida-de los superiores, por dar un toque de atención sólido sobre las responsabilidades de la Administración a la hora de gestionar una verdadera labor de prevención de accidentes, basada en la inversión de seguridad sobre aspectos elementales que, obviándolos, son seguras estadísticas de mortalidad sin la intención de paliarlas. Juan Carlos ha mostrado las vergüenzas al descubierto de la maquinaria de estafa que supone dar a los políticos la potestad de prolongar los males con el oculto fin, primordial, de financiar la corrupción de manera ilimitada, llenando las arcas sin freno ni mesura. Tráfico es el argumento perfecto del robo sin punición, el ideal más pragmático de la consolidación de un expolio basado en el despotismo. Acaso quisieran más excusas impositivas cuando idean todo tipo de argucias para robar en nombre del beneficio social. Ser conductor es un crimen en España que se cotiza con los pingües beneficios de una tutela política demostradamente corrupta.

http://www.change.org/es/peticiones/ministro-de-defensa-la-readmisi%C3%B3n-de-juan-carlos-toribio-en-el-cuerpo-de-la-guardia-civil

Un Guardia Civil paradigmático, práctico experto de las características en la conducción, advirtió sobre los tejemanejes de la DGT sin afrontar las prioridades que son básicamente perentorias para evitar los males que dicen se pretenden erradicar. Avisar sobre las infraestructuras de peligrosidad latente para cualquier usuario de la vía, supuso la persecución, el descrédito y el silenciamiento más canallesco. Bien sabían los vergonzantes asaltadores que no podían aceptar esas verdades que convierten en infundadas las estrategias de la presión recaudatoria.

A la DGT parece no interesarle erradicar las verdaderas causas de la accidentalidad porque es más rentable mantenerlas ocultas y lucrarse con los ilimitados beneficios de culpabilizar al conductor, el que verdaderamente financia este bucle de oportunismo y coacción. El negocio consiste en la intención estafadora contra la vida de los propios usuarios, con la excusa de la prevención y seguridad.

El doctor DGT parece tener localizado el tumor pero en vez de operar prefiere drásticos y costosos tratamientos para mantener al enfermo permanentemente custodiado por los cuidados que pretenden salvarle la vida, dirigidos en realidad con el fin primero de que pague por la salud y la prolongación de los males que lucran en tanto no son extirpados. No interesa informar sobre aspectos pragmáticos, herramientas indispensables de conocimiento que todo conductor debiera saber-como saber trazar una curva, principal baluarte de seguridad que desconoce la mayoría de los usuarios de las carreteras-; jamás se ha hecho una campaña efectiva de prevención basada en los sólidos conocimientos que pueden evitar accidentes. La concienciación se basa en mostrar las consecuencias pero sin aludir a la eficacia que significa conocer teóricamente para no fallar en la práctica.

Es necio e incoherente pretender prevenir accidentes partiendo de la base de que ya se han producido. Eso no es prevención sino inoperancia. No puede basarse la seguridad en dar por hecho que no se puede cimentar previamente un conocimiento que evita los accidentes. Los porcentajes de accidentalidad respecto al masivo flujo de la circulación son extremadamente bajos, del mismo modo que muchos son los que saben perfectamente cortar un jamón en tanto otros acaban con el cuchillo clavado en el estómago o hendiéndolo contra un inadvertido observador de la operación. Los grados de dificultad se minoran cuando existe el conocimiento que convierte una actividad de riesgo en una experiencia de control y previsibilidad.

Ningún escalador puede afrontar el riesgo medido de alcanzar una cima si antes no ha aprendido la técnica correcta para conseguirlo. El desconocimiento se paga caro y a veces no es la inexperiencia lo que cuesta una vida, sino pretender adquirir la experiencia con aprendizajes erróneos o insuficientes. Si un escalador en sus primeras actividades no sabe hacer un as de guía o un rizo, nudos esenciales para la seguridad, de nada servirá llegar alto si termina precipitándose al vacío.

Conducir no es una suerte de imprevisibilidad, pero si no se atan bien los cabos se transforma una actividad de experiencia basada en el conocimiento, en un peligro permanente que tarde o temprano precipita al inexperto, desconocedor de la teoría, al vacío del accidente… lo peor es que también puede arrastrar a otros por esa impericia. Asumir un riesgo-la vida entera lo es- no significa dar por sentado que padeceremos la osadía de intentarlo; habrá que saber cómo acometerlo para ganar seguridad práctica.

Culpabilizar al conductor, determinando la responsabilidad unilateral del conjunto de la seguridad en él, es una canallada que conlleva irresponsabilidad porque los factores de la conducción inciden también en el estado de las carreteras que, debido a la impunidad de la corrupción administrativa, están permanentemente descuidadas hasta el punto de que accidentes mortales se repiten por carencias elementales de seguridad vial que atañen a los responsables políticos, expertos en eludir las obligaciones que imponen a los ciudadanos.

En vez de fomentar el arte de la seguridad, se incrementa la chapuza de la peligrosidad. Cuando la premisa del conocimiento de una actividad se basa, paradójicamente, en las ignorancias y en consecuencia se plantea la prevención de los males sobre la necedad de mantenerlas, no hay evolución, no progresan las condiciones de la actividad porque se rehúye el conocimiento que evita el perjuicio.

Esos que se dicen expertos en Seguridad Vial, arrinconan al verdadero conocedor de los factores de seguridad que ellos pretenden ignorar. Juan Carlos Toribio es una meritoria víctima soportando el inadmisible cinismo de unos burócratas que lo han coaccionado para evitar responder por un compromiso en que están en juego futuros muertos que la DGT acostumbra a provocar mediante la inexistente infalibilidad de sus vergonzantes métodos de acoso y derribo. Si ellos ignoran las elementales instrucciones de la prevención, es normal que los conductores también.

Hay que saber hacer nudos pero también tener la cuerda en buen estado para que no se rompa durante la ascensión… y eso no depende solo del escalador, sino también de un riguroso control de calidad que garantiza condiciones normalizadas.

Imprescindible es mantener una distancia de seguridad, ceder el paso, cumplir con el stop, no adelantar en línea continua, prescindir, por supuesto, de la droga y del alcohol y muchas responsabilidades insoslayables e inherentes a la responsabilidad en la conducción tan básicas como saber hacer nudos para escalar o cortar un jamón sin impulsar el cuchillo hacia nosotros. Otra cuestión es la ridícula y peligrosa imposición de márgenes de velocidad cuando, basta salir a carretera para comprobarlo, todo el mundo los incumple por estimar en la buena lógica de la práctica que las limitaciones son del todo incoherentes, exageradas y hasta peligrosas si uno se decide a cumplirlas con rigurosidad.

Si no se sabe trazar las curvas, habrá que enseñar a hacerlo. Estoy harto de ver a suicidas que lanzan su vehículo en las rectas para poner el lastre en las curvas, incapaces de adelantar con intermitente para cambiar de carril tomando una nueva trazada segura, previendo la entrada y salida sin dejar nada al albur de las circunstancias cambiantes de la circulación.

En 1982 obtuve mi permiso de conducir de moto. Siete años después, curtido en la responsabilidad de manejar un vehículo de dos ruedas, acudí a la autoescuela para conseguir el de coche. En la clase práctica, con el profesor, al usar el ancho de mi carril para trazar una curva, el experto de la conducción me preguntó que qué hacía. Le expliqué la importancia de trazarla y cortar por el ápice, a lo que me espetó que eso eran tonterías y que me limitara a girar el volante a derecha o izquierda. No ha cambiado nada de la necedad de entonces y mientras siguen pereciendo verdaderas víctimas de la irresponsabilidad de la Administración, el negocio de los radares se multiplica siendo el instrumento preferido de la política para pretextar el único beneficio que rinde: convertir en permanente el lucro de los responsables de la ruina de todo un país. La jugada maestra de la indecencia.

Autor: Ignacio Fernandez Candela
Fuente: Reeditor.com

Autor: Otros
Autores diversos.

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