La velocidad no mata, la DGT, sí

Después de unas décadas en que nos dejaron creer que vivíamos en una democracia, era previsible que un funcionario impusiera normas incoherentes e intolerantes como excusa de seguridad para esquilmar los bolsillos de los ciudadanos. Tráfico era una mina sin explotar y los políticos-los mismos que han llevado a la ruina todo un país- hallaron el modo de sacarle rendimiento a costa de los conductores.

Los radares eran el mejor invento para incrementar la recaudación de manera proporcional al despilfarro de las administraciones. La metieron doblada porque aquí tenemos tragaderas de cobardes y no protestamos de verdad. Pere Navarro inauguró la inmundicia recaudatoria por encima de la coherencia de la conducción que debe regir cuando millones se enfrentan con pericia a la exigente labor de dirigirse por la carretera. Aquel impresentable salió de rositas, siendo culpable de muchas muertes haciendo creer que conducir una moto de 125 cc era pan comido para cualquiera con carné de coche.

Luego otra miserable tomó el relevo y superó en coerción la política de acoso y derribo, convirtiendo la carretera en un suplicio de difícil comprensión y con tendencia a la inadaptabilidad de un medio de por sí exigente y que parecen desconocer los responsables de la DGT.

Criminalizar al conductor por haber ejercido una actividad experimentada durante décadas, fue solo cuestión de campañas de concienciación, de lavados de cerebros para convertir en delitos lo que ni siquiera en una dictadura franquista se consideraron como tales.

La velocidad mata fue el lema y a partir de ahí llegó la excusa para combatirla con radares que en principio dijeron de anunciarse, para hoy haberse convertido en una plaga de picaresca al servicio de las arcas municipales, autonómicas y estatales, escondidos los agentes como vergonzantes y hasta ridículas aves de rapiña. Las alimañas políticas han encontrado la excusa perfecta para robar al ciudadano lo que despilfarraron robándole de manera más disimulada. Ahora mangan con absoluto descaro. Aquí somos tan buenos que permitimos el latrocinio sin linchamientos públicos ejemplarizantes y así nos va de pacíficos y tontos que somos. Deberíamos ser, realmente, verdugos en vez de víctimas. Lo merecen.

Para la DGT no existe la profesionalidad o la experiencia que caracteriza el progreso de todas las cosas. Gentuzas así prohibirían cortar un jamón por el peligro de llevarse un dedo; o castigarían hacer escalada porque uno puede precipitarse al vacío… nada sería posible con engendros liberticidas como estos rigiendo nuestros destinos. Pero no todo el mundo corta un jamón temerariamente o escala sin seguridad. La experiencia es evolución. Para la DGT da igual que los vehículos hayan evolucionado en 70 años. No se le ocurre otra brillante idea a un esperpento de directora que bajar los límites todavía más. ¿De dónde surgió semejante mema andante que no rodante?¿Conduce ésta o pasa lo mismo que con el inútil de pere navarro, cuyo chófer traspasaba los límites de velocidad impuestos, con el ínclito majadero en el asiento de atrás?

Lo que sucede con la imposición recaudatoria de Tráfico es un exponente de los caprichos del sometimiento si hallan razones peregrinas para coartarnos la libertad hasta lo extravagante… basta que a un lumbreras se le ocurra advertir sobre los riesgos de cualquier actividad corriente y asumida para que terminen criminalizando lo que les venga en gana. Así se imponen las dictaduras. No hay más que recordar aquella medida de una estúpida que pretendió multar a los fumadores que encendieran un cigarro a menos de cien metros de un parque. No soy fumador, pero advierto cuándo pretenden fumarse nuestras elementales libertades.

Lo peor es esa comparsa de memos que, basándose en impericias e incapacidades propias, criminalizan desde la ignorancia y se creen lo que les dicen… como los del cataclismo perceptivo a partir de 130 km/h. Gilipollas auténticos, en país de gilipollas nos hemos convertido con falsas moralinas de última hornada.

El sentido común desaparece tras la imposición de quienes recortan la libertad hasta extremos que deberían ser revolucionariamente punibles. Los cadalsos públicos han hecho mucho bien para el progreso de la Humanidad cuando el despotismo arrasa con la libertad de los pueblos.

Cuando dirigen memos, la memez es obligada en las decisiones que atañen a todos. Tragamos casi todo, pero esto pasa de castaño oscuro cuando la vida peligra precisamente por hacer caso de aquellos que dicen que cuidan de ella. En Tráfico la delincuencia se ha impuesto, con sello legal. Estafan sin punición.

Los delincuentes permitidos no encontraron mejor pretexto que alegar por nuestra seguridad. Y digo yo que una mierda. Si fuera por nuestra seguridad, habrían limpiado, por ejemplo, aquella curva que nos provocó un accidente en moto. Curva saturada de piedras, cristales y arenilla que cuatro años después nadie ha limpiado. Sucede lo mismo con los llamados puntos negros… inamovibles. Pueden pues, perfectamente, meterse la seguridad por dónde les quepa a estos majaderos.

No puede ordenarse el tráfico desde un despacho ignorando la naturaleza básica de la actividad de conducir y desconociendo los factores, los verdaderos, que influyen en los conductores. El caos se ha trasladado a las carreteras y los conductores perciben una insaciable voracidad recaudatoria que ha convertido a la Policía Municipal y a la Guardia Civil, en esbirros de una administración despótica y evidentemente saqueadora cuyo fin primero es la ilógica imposición bajo el apercibimiento continuo, criminalizando al ciudadano indefenso y desconcertado.

Hoy en día no se está atento a la carretera, ni a las condiciones del tráfico. Jamás se habían mirado los cielos o las cunetas para conducir. La DGT ha transformado las carreteras en un cebo generalizado y María Seguí se ha pronunciado como una ignorante despótica que no parece haber estado jamás a los mandos de un vehículo. La desatención mata y muy seguramente que la decisión de estos miserables tecnócratas, basada en el victimismo como excusa para el saqueo, vaya a producir víctimas que hasta ahora eran inexistentes en el asfalto.

No hay nada más peligroso para conducir que el hastío, la desconcentración por el paso de los kilómetros a velocidades excesivamente mermadas para trasladarse en largas distancias, con el peligro de dormirse a los mandos del vehículo o sucumbir bajo el calor del estío o la dureza invernal cuando se viaja en moto. Las distancias de seguridad no se respetan a merced de la circulación. Fui más seguro con agilidad en treinta años que anquilosado ahora en la corriente circulatoria. En cualquier momento puedo ser embestido. Me juego la vida por cumplir las normas de unos imbéciles.

Nadie respeta esos límites impuestos por gentuzas que ignoran las verdaderas características de la conducción, las mismas que han regido durante más de treinta años para que llegue una miserable e imponer las suyas propias del todo incoherentes, necias y peligrosas.

La velocidad no mata sino la impericia por desconocimiento de la experiencia de la conducción. Trazar una curva, dominar el comportamiento de un vehículo en diversas condiciones, normalizar la experiencia de conducción a través de millones de kilómetros, no mata cuando la experiencia es un grado de evolución para llevar a cabo con seguridad la actividad en la carretera. Mata la falta de experiencia para ir por encima de las posibilidades, pero no se puede criminalizar al conductor que sabe manejarse con seguridad y en condiciones experimentadas que superan con mucho las estrictas majaderías de quienes desconocen la experiencia de la carretera. Pretender que circulemos con vehículos de sobrada seguridad y con el grado de la experiencia que dan millones de kilómetros durante décadas como si circuláramos por un circuito de karting para niños, es una mamarrachada solo a la altura de impresentables acosadores que no tienen ni puta idea de conducir.

No habría evolución en nada si todos los aspectos de la vida se rigieran por la diminuta inteligencia de una acomplejada que pretende convertirnos en víctimas de sus trastornos personales; la anormalidad que transmite dirigiendo, de modo absurdo, una actividad evolucionada durante años como es conducir.

El otro día bajé la marcha a 60 km/h, al ver la señal, en una autovía de 4 carriles limitada a 100. El temor a un radar móvil me hizo obedecer la nueva limitación y casi fuimos arrollados por los conductores que conocen la zona. Da terror quedarse parado en un flujo de circulación que toma una velocidad coherente mucho más elevada que las absurdas limitaciones.

La DGT no puede conducir por nosotros, sencillamente porque sus responsables son unos misérrimos ignorantes que jamás han practicado una conducción verdadera. Un catedrático de seguridad vial es un cateto ante cualquier experto conductor. La única asignatura verdaderamente eficaz es la experiencia. Ningún teórico debería ser llamado experto.

La DGT está llena de analfabetos de la experiencia en el asfalto y esa estupidez de necios dictatoriales puede acabar matando por obligarnos a vigilar que no infrinjamos las absurdas imposiciones… mientras nos olvidamos de la responsabilidad, radicalmente vital, de concentrarnos en conducir.

Autor: Ignacio Fernandez Candela
Fuente: Reeditor.com

Autor: Otros
Autores diversos.

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