El funcionamiento de la terapia con realidad virtual para el tratamiento de la amaxofobia es relativamente sencillo. El psicólogo instala en su ordenador un software que incluye simulaciones 360º con escenarios vinculados a las fobias más comunes (agorafobia, claustrofobia, miedo a volar, etcétera). Una vez seleccionada la patología a tratar –en este caso, la amaxofobia–, puede elegir las situaciones a las que progresivamente expondrá al paciente, en base a un trabajo previo en el que este habrá expuesto sus temores.
Siguiendo las indicaciones del especialista, el amaxofóbico, a través de unas gafas de realidad virtual (que recibe las imágenes desde un smartphone integrado al dispositivo) se ‘sumerge’ virtualmente en esos escenarios que le provocan ansiedad, y que el psicólogo maneja en todo momento (circulación en ciudad o en carretera, lluvia, niebla, alta densidad de tráfico, incorporaciones…). Mientras, un sensor biométrico instalado en los dedos del paciente permite al facultativo tener un feedback permanente sobre la actividad sensorial de este, de forma que puede controlar sus reacciones, y añadir estímulos o suavizar las condiciones en función de las mismas.
“El tratamiento habitual de este tipo de fobias se realiza con técnicas cognitivo-conductuales y consta de tres etapas: la toma de conciencia de la conducta; las técnicas de afrontamiento, relajación y control del pensamiento catastrofista; y la exposición progresiva a lo que nos produce miedo. La realidad virtual nos ayuda en el segundo paso –hay escenarios creados para la relajación y el control de la respiración–, y, sobre todo, en la exposición, ya que el paciente de amaxofobia afronta las situaciones que le producen ansiedad de forma controlada”, explica Sandra Sánchez, psicóloga y gerente de Espacio Itaca (Zaragoza), y experta en el tratamiento de esta fobia.
Repetir puntos críticos
La realidad virtual agiliza y refuerza la fase de exposición, además de posibilitar el acompañamiento y la guía del psicólogo durante una parte de este paso –algo más complicado en la conducción real–. “Imaginemos una persona que ha tenido un accidente en un cruce y ha salido con vida. A partir de ahí comienza a evitar situaciones, lugares, maniobras… Si no paso por ahí, no me genera ansiedad; como me genera ansiedad, no lo hago; el hecho de no hacerlo interfiere en mi vida, lo que me produce ansiedad. Es el círculo vicioso de la fobia. Con la realidad virtual puedes repetir que la persona pase por un cruce en las condiciones de tráfico que nos interese cuantas veces queramos, puedes incidir en un lugar o una situación cuantas veces quieras”, explica Joan Miquel Gelabert.
Último paso
En cualquier caso, la realidad virtual no es el último paso. “Lo que conseguimos con esta tecnología es reducir el miedo, rebajar los parámetros de ansiedad hasta casi cero, para que el momento de enfrentarse a la realidad sea más natural. El paciente llega más preparado y con mucha más confianza a ese instante”. Por eso, el proceso concluye tras la exposición real –y repetida– a todo aquello que llevó al amaxofóbico a instalarse en un bucle mental. “En la mayoría de los casos, especialmente cuando no se habían fijado previamente ciertas habilidades en la conducción, hay que volver a pasar por la autoescuela”, concluye Gelabert.
Millón y medio de conductores la padece
Según el “II Informe sobre Amaxofobia” (2011), elaborado por el Instituto de Seguridad Vial de la Fundación MAPFRE, en España unos 8,5 millones de personas (el 33% de la población con carné de conducir) reconoce tener miedo a conducir en ciertas circunstancias relacionadas con el mal tiempo, la densidad del tráfico, nocturnidad y en trayectos nuevos, entre otros factores. Esa cifra se reduce a 1,5 millones de personas (6% de conductores) si hablamos de afectados por amaxofobia incapacitante, aquella que impide ponerse al volante. Este estudio revela también que la mayoría de los afectados son mujeres mayores de 40 años que han sufrido o presenciado un accidente, o que actúan con inseguridad por otras causas de su vida. En el caso de los hombres, la amaxofobia se daría con más frecuencia en una edad tardía (a partir de los 60 años), y estaría provocada por aspectos relacionados con la limitación de sus capacidades.
Perfil del amaxofóbico
Según Sandra Sánchez, psicóloga y gerente del Espacio Ítaca (Zaragoza), las personas que sufren amaxofobia «suelen ser perfeccionistas, controladoras, con un pensamiento rígido, un reducido nivel de tolerancia a la frustración y actitudes a la defensiva sobre el tráfico (me van a pitar, no voy a aparcar…). Además, les cuesta tomar decisiones rápidamente».
Aunque, en concepto, el tratamiento de fobias mediante la terapia de exposición progresiva sea similar en todos los casos, las diferencias en su aplicación tiene mucho que ver con la existencia de tres grandes grupos de amaxofóbicos: “Los que han tenido una experiencia traumática con el coche –un accidente– y a partir de ese momento han dejado de conducir o han limitado el uso del coche; los que sufren estrés por aspectos ajenos a la conducción pero que comienzan a sufrir episodios de ansiedad al volante; y los que tienen miedo por inseguridad, algunos de los cuales son personas que disponen del permiso de conducción desde hace menos de dos años y otros que, pese a tenerlo desde hace más tiempo, no han llegado a conducir nunca regularmente”, advierte Sandra Sánchez. Lo relevante respecto a la terapia entre estos grupos radica en que, en los dos primeros, las personas han asumido unas habilidades al volante, y mientras que en el tercero, por lo general, no han llegado a tener esa destreza, lo que acrecienta la sensación de inseguridad.