Muchas veces no somos conscientes del silencio hasta que lo gozamos. Estamos tan acostumbrados al ruido ambiental que apenas nos damos cuenta de que, a lo largo del día, soportamos una cantidad de decibelios por encima de lo que el ser humano catalogaría como aceptable. En estos casos, la experiencia pasa a ser molesta e incluso dañina.
Obras en la calzada, chirridos de los frenos del autobús o el tren, atascos, música a excesivo volumen o los centenares de estímulos que generan ruido a nuestro alrededor consiguen perturbar el día a día y hacer mella en nuestras sensaciones.
Entre ellos está, en gran medida, el tráfico rodado. Según un estudio presentado por Danosa –especialista en soluciones integrales para la construcción sostenible–, el 80% del ruido ambiental que soportan los ciudadanos está causado por él. El rozamiento del neumático en la calzada y el estruendo del motor son los culpables. Lo siguen el ruido causado por actividades industriales, con un 10%, por el ferrocarril (6%) y por diferentes tipos de ocio (4%). Este problema ha suscitado interrogantes en todos los agentes sociales involucrados. Desde urbanistas hasta médicos, pasando inevitablemente por los responsables gubernamentales.