Padres y madres se enfrentan a una auténtica tortura cuando sus hijos/as se aproximan a los 16 años, y atisban la posibilidad de conseguir, a fuerza de insistir una y otra vez, el soñado vehículo de dos ruedas que proporciona autonomía, liderazgo, atractivo, y en algunas ocasiones, les facilita un poquito la vida: ¡¡¡Un ciclomotor, Una moto!!!.
Cada vez que se menciona el tema, se pone en marcha un dispositivo de máxima eficacia, mediante el cual desayunos, comidas, cenas y cualquier tipo de encuentro familiar, finalizan con un estruendo similar al que produciría arrancar la moto en el mismísimo salón de casa.
Además de la persistencia de sus argumentos de fuerza (“todos la tienen”, “no podré ir a ningún sitio con mis amigos”, “a zutano se la regalarán por su cumpleaños”, “apruebo todo y no lo valoráis”, “nunca pensáis en lo que yo quiero”, “no confiáis en mí”…) la cabeza de los padres comienza a moverse en bucle: No sólo es la moto, necesitará un seguro, volverá tarde a casa, y si ha bebido volverá en moto con el riesgo que supone, sanciones, combustible, pérdida del control de las horas de entrada y salida en casa…
Este es un problema que cada año se plantea a los padres de unos 30.000 jóvenes que acceden a los permisos que permiten conducir motos y ciclomotores, que, además, están expuestos a sufrir accidentes de tráfico con estos vehículos. Esta infografía trata de centrar la importancia del problema.
¿Qué hacer…?
La situación es compleja y sumamente desagradable, desde luego. Y no sólo por lo mucho que altera la convivencia, sino por la dificultad que entraña hacer lo que hacemos habitualmente cuando tomamos decisiones –ser objetivos y muy prácticos–, con una cuestión tan emocional y afectiva como enfrentarse a un hijo adolescente.
Pero tal vez sea en estos casos tan extremos cuando debamos insistir una y otra vez en el análisis frío de la realidad, en este caso de la necesidad, de que nuestros hijos dispongan de un vehículo.
Los padres deben olvidarse del “niño traumatizado” que dibujan sus argumentos (puro chantaje) y centrarse en dos preguntas fundamentales que pueden dar las claves para tomar la decisión:
1ª Los desplazamientos que precisa realizar ¿pueden condicionar su rendimiento por el tiempo empleado en transporte público…, generar altos niveles de estrés o una exigencia excesiva en el día a día? En resumen: ¿de verdad la necesita?
2ª ¿Les vemos preparados para asumir lo que supone conducir un vehículo?