Vamos a suponer. Supongamos que el señor Tal circula felizmente a 60 km/h con su coche. Supongamos que algún gracioso se ha dejado olvidada una piedra del tamaño de Algeciras a la salida de una curva algo cerrada. Supongamos que el señor Tal se la traga. Como el coche se estampa, su velocidad pasa de 60 km/h a cero en un instante. Es tan veloz la desaceleración que el señor Tal continúa su camino por pura inercia, y así sale proyectado hacia delante hasta que alguien lo detenga. En este caso, no tendrá más remedio que pararse por completo cuando se tope contra la piedra del tamaño de Algeciras. Ya podéis publicar su esquela.
Autor: Josep Camos
Un choque a 60 km/h supone un castañazo de la misma talla que dejarse caer al suelo desde 14 metros de altura. Por si no tienes un flexómetro a mano, hablaremos de un edificio de tres plantas. Como tú y yo sabemos que casi nunca circulas a esa velocidad (salvo en los alrededores de ese radar que todos conocen), vamos a pisar un poco más el acelerador. Y así tenemos que un choque a 110 km/h equivale a imitar a Superman desde la décima planta. Lo que pasa es que el alter ego de Clark Kent sale volando y tú no. Cosas de Newton y su manzana, mira por dónde.
Ya que tanto el señor Tal como tú estáis ya un pelín perjudicados después de tanta colisión, voy a tomar el volante yo mismo. Me pongo el cinturón de seguridad con sus pretensores y sus anclajes, y vuelvo a darme un leñazo a 60 km/h (que también hay que ser memo, pero bueno). No he salido disparado. Eso sí, en el primer momento de la colisión, me he separado del respaldo unos 22 cm (una medida fácil de recordar).
No ha estado mal, pero el cinturón me aprieta un poco. Como tengo el día tonto, me voy a una tienda y me compro una de esas pinzas que venden para retener el cinturón. Diez euros más tarde y con mi flamante pinza dejándome un margen de comodidad de tan sólo tres centímetros, vuelvo a conducir por la misma carretera en la que falleció el señor Tal. El gracioso que abandonó la piedra del tamaño de Algeciras no ha encontrado una escoba para barrerla, y allí sigue el obstáculo. Otra leche más. Ah, pero ahora no me he despegado 22 cm del respaldo. Ahora han sido 46. Me he empotrado contra el volante y a mi esternón no le ha parecido una buena idea lo de la pinza. Es lo último que me ha dado tiempo a pensar. Añadid mi esquela, que os harán descuento.
Fuente: http://curvasrectas.wordpress.com/2006/12/26/con-pinzas/